Ayudar a un adolescente a trabajar primero en su “victoria privada”, es decir, en su crecimiento personal interno; le permite alcanzar una “victoria pública” auténtica, íntegra y flexible. Esto contribuye a un desarrollo integral que no solo abarca su bienestar físico, psicológico y emocional, sino también su crecimiento espiritual. Los hábitos que propone el autor no buscan crear adolescentes perfectos, sino mostrar que es necesario desarrollar habilidades y competencias que los hagan más efectivos y conscientes.Esto ayuda a fortalecer su cerebro y, al mismo tiempo, les enseña que cada decisión conlleva una responsabilidad. Nuestro rol como adultos es acompañar y modelar hábitos saludables. También les permite reconocer qué cosas pueden controlar y actuar desde ese valor, sin caer en la autosuficiencia o en una independencia aislada, sino fomentando la cooperación y la interdependencia. De esta manera, el adolescente desarrolla una perspectiva menos egocentrista y construye una visión más real de sí mismo, de sus relaciones con los demás e incluso de su relación con Dios.